Introducción

Diego Hernández, Porte de la Ciudadela, Montevideo, 2014.

Toulouse, calle Pargaminières, 2007. Una puerta colorada, dos muros de ladrillos rojos y pizarras negras que anuncian: Pilsen, Choripan, Alfajores et Milanesa. Bienvenus. Signos impenetrables, desde mis 18 años. Entro. Tres empanadas de carne, por favor. El viejo mozo responde como siempre de su voz cantante, con acentos de tango de salsa de horizontes exoticos. Merci au revoir.

Tengo 18, y cómo el viejo mozo llegó a vender choripanes calle Pargaminières, Toulouse, no me importa nada. ¿Y además qué es, un choripan? Bienvenus.

¿Había salido del Uruguay en 2002, huyendo de la debacle de una economía en agonía? ¿O le habían brutalmente expulsado en 1977, con el primer vuelo que saliera de un Montevideo gangrenado por ya cuatros años de dictadura? ¿Había podido, por lo menos, elegir el país, el idioma que tendría que habitar por una duración siempre incierta? ¿Le habían acompañado para su primera cola a la prefectura ? Había podido obtener la nacionalidad francesa? ¿Le habían entendido cuando había tenido que enfrentarse por la primera vez con la panadera, y volver con un pain -la famosa nasal, terrible, iniciática? ¿Había amado? ¿Habían visto bajo la capa de burla el suplicio del lejano, apartado de la lucha, de la tierra y de los compañeros? ¿Había, le habían? ¿Había pensado en volver, a la democracia balbuceante, en 1985? ¿Le habían preguntado cómo había llegado a vender choripans, calle Pargaminières, Toulouse?

El exilio político uruguayo a países francófonos dejó huellas discretas, cubiertas. Capaz porque queda tapado por la sombra de los dos grandes hermanos chilenos y argentinos. Sin embargo contamos unos 1500 uruguayos exiliados en Francia entre 1973 y 1985: concentrados en la región parisina sobre todo, y en algunas otras grandes ciudades (Marseille, Toulouse, Lyon). Militantes del MLN-Tupamaro, comunistas y socialistas afiliados al Frente Amplio, sindicalistas, anarquistas. Obreros solidarios, artistas molestos, estudiantes exaltados. Obreros demasiado exaltados por los ecos de una revolución cubana, artistas demasiado solidarios de un pueblo agarrado por la garganta, estudiantes demasiado molestos, encantados por los peligrosos sueños del 68: la dictadura militar, de un celo metódico, elimina los brazos, la cabeza y el corazón de la sociedad uruguaya, en una triple maniobra de supresión. Rayar de la ciudad, rayar del país, rayar del mundo. Cárcel, Exilio, Asesinatos.

Non aliter stupui, quam qui Jovis ignibus ictus

Vivit, et est vitae nescius ipse suae1

El día anterior a su partida forzada hacia las orillas del Pont Euxin, Ovide pinta la condición irónica del que se exilia: stupui. Estaba confundido. O mejor dicho, estaba « prohibido ». Estupor y destierro. Atontamiento del hombre golpeado por los rayos divinos: vivit. Sigue viviendo. Et est vitae nescius ipse suae. Pero es inconsciente de su propia vida. El exilio nunca es una elección: se impone, se inflige al que sobrevive pero que ya no es más el maestro de su propia vida. Algunos vuelos ofrecen la opción del país de llegada en Europa: algunas nociones de francés, una firme admiración por la Francia de las Luces o unos lejanos ancestros vascos o bearnenses se vuelven vínculos determinantes. Porque la opción se hace a menudo por defecto: el único país hispanófono todavía se sume en el franquismo, la red Gladio vinculada con la CIA vigila en Italia, y Suecia ofrece el asilo político pero parece demasiado extranjera. Otros embarcos son menos complacientes: hacia el fin de los 70, el recurso a la « opción constitucional » se usa frecuentemente: la destinación es la del primer avión de la semana que aceptara al preso proveído de una documentación especial. Una grande patada en la espalda para expulsarte, o el secuestro. Bella alternativa. Otros más llegarán sobre los suelos francófonos de Europa después de recorridos dignos de Ulysse : Argentina, Chile, Cuba, Europa del Este, Francia-Bélgica-Suiza. Al ritmo de los derrocamientos sucesivos de las democracias en América del Sur, las trayectorias se vuelven tortuosas hacia las diferentes « tierras de asilo »: la cubana, y su apoyo sin límites a los tupamaros, las europeas que ofrecen el estatuto de refugiado de la ACNUR (Alta Comisión de las Naciones Unidas para los Refugiados).

Belgica, Francia, Suiza. 1973-1985. Doce años en el primer mundo, el viejo mundo. Doce años o capaz seis, porque había que volver a partir para sostener los compañeros de Managua; doce años o capaz treinta, porque uno respondió en francés « si, quiero ». El descuento de los años de exilio es sin medidas, confuso, y solo obedece a la lógica absurda de las trayectorias humanas. Pero de dos a doce, de seis a treinta, la pregunta queda la misma, persiste: Todo ese tiempo: ¿qué paso? El exilio político uruguayo a países francófonos dejó ante todo huellas que se esconden. La docena de años parece haberse refugiado en un paréntesis de silencio. No quisieron realmente saber; no quisieron realmente hablar; no importa. Lo que ya persiste son las marcas, flagrantes o furtivas, que dejaron una a una los años. Y la pregunta.

¿Qué pasó? Recibí el exilio político uruguayo en la cara a los 25 años. En una noche de diluvio sub-tropical. Las trombas de agua desengrasaban el monstruoso cortejo de letreros alborotadores y el embaldosado socavado de la vereda, típicas de las ciudades fronteras del norte uruguayo; el río Quaraí en su crecida engullía duty free y estaciones de aduana, limpiaba Artigas, el padre, el exiliado, sobre su montura de bronce. El tiempo estaba cargado, la memoria en carne viva. Un artista venía de cantar. A la vuelta de una conversación, disparó esas palabras. « Mira, hay una expresión francesa que aprendí allá, que no puede ser traducida al español… »Por lo tanto se esfuerza con tenacidad en explicar al conjunto hispanohablante, a ellos quienes la dictadura no había expulsados sino encerrados, que era un poco como « hay que arreglárselas ». ¿entiendes? Pero arreglárselas con la cosa, no se dice así claro pero sería más o menos eso. Lo que se trata de traducir, es: il faut faire avec. ¿Pero el conjunto, cooperante, puede entender lo que precisamente no tiene lugar en su idioma? ¿Lo que no tuvo lugar en Artigas, en Montevideo, sino en Bruselas o Ivry-Sur-Seine? Y Vlan. El exilio se libera de su paréntesis silencioso. Il faut faire avec. Capaz era la repuesta habitual de la empleada, cuando él arrastraba su nostalgia hacia la panadería. ¿O era la que él mismo daba a la panadera, cuando ella le preguntaba cómo uno puede vivir huérfano de su país? La pregunta se impone. ¿Que hicieron, a pesar del exilio? ¿Qué hicieron, con el exilio? Es eso mismo que el proyecto quiere contar. Y por eso, se presenta primero como una petición, de la generación de los ignorantes y de los despreocupados. Como una invitación a que los que vivieron el exilio cuentan lo que ya nos cuesta soñar. El ardor político de niños que ni tenían 20 años. La Francia tierra de acogida, la Bélgica de la solidaridad. A penas creíble.

En la ciudad, en las palabras, en los cuerpos de los desexiliados -como lo dicen-, buscamos las huellas de las experiencias del exilio: las divertidas, las violentas, las sorprendentes, las determinantes. Buscamos fragmentos vueltos de Ginebra, de Bruselas, de París, en la valija que piafaba atrás de la puerta. Buscamos fantasmas. O mejor dicho, apariciones, enterradas bajo estratos de recuerdos, y que, a veces, afloran, vuelven con estrépito en el cotidiano. Cuando hablan los cuerpos, reencontramos en una mirada las imágenes de un día de partida, el recuerdo intacto de Montevideo alejándose hasta perderse de vista; sobre una boca, la frustración de los primeros años de silencio o de francés farfullante; por una oreja, los ruidos del nuevo mundo. Cuando es en su lugar de trabajo que nos invitan las personas contactadas, descubrimos las herencias y la terminación de aprendizajes, de vocaciones profesionales iniciadas en el exilio. El presente cuenta acá lo que ocurrió allá, lo que quedo. ¿La cara de Montevideo mismo no fue transformada por proyectos inspirados de lo que fue vivido allá? ¿De lo que faltó? ¿De lo que al contrario mereció ser reproducido? Las apariciones del exilio son tan numerosas y únicas como las personas que hemos encontrado. Así, es de una historia caleidoscópica de la que se trata, en la cual los recorridos, impulsados por un drama singular, se difractan en una multiplicidad de trayectorias plurales.

Lejos de exponer exhaustivamente lo que fue el exilio uruguayo a Europa francófona, nuestro trabajo se parece mucho mas al del espigador, que recoge acá y allá los elementos que le parecen los mas ricos, los mas destacables. Entonces es a su vez subjetivo y fragmentario, inacabado. Solo pretende revelar algunos rasgos del pasado, que demoran en hueco en el actual, y que capaz descuidamos hace demasiado tiempo. Y si la revelación es parcial, es porque viene del encuentro entre dos generaciones: la del exilio, que cuenta; y la impertinente, que ya escucha, mira, y después transforma. O mejor dicho, viene del encuentro entre tres lenguajes: el testimonio oral de la persona que vivió el exilio, y que nos lo confía, el texto, que tejo a lo largo de las entrevistas, y la imagen, que captura Diego.

Mathilde Roussigné

Montevideo-Paris, 2014

1Je demeurai confondu, tel que l’homme frappé du feu de Jupiter, Qui continue à vivre, inconscient de sa propre vie. Ovide, Tristes, Livre Premier, Élégie Troisième, p. 14, Garnier, Paris,